La nueva cháchara

La "verdad” hoy es negociable, y una mentira
sirve como un sustituto adecuado, si un
número suficiente de personas creen en ella.

Este artículo lo escribió Butler Shaffer para lewrockwell.com. Decidí traducirlo porque pienso que lo que pasó en Boston el 15 de marzo muestra que la situación en Estados Unidos es demasiado complicada. Que Estados Unidos se esté convirtiendo en un Estado policial debería preocuparnos a todos, especialmente porque en Colombia solemos emular sin pensar el ejemplo de los norteamericanos. Pueden encontrar en este link el artículo original. 

"El lenguaje político... está diseñado para hacer que las mentiras parezcan verdades y el asesinato respetable, y para dar una apariencia de solidez al viento puro". -George Orwell

Los eventos en Boston de la semana pasada son un recordatorio de las fallas de inteligencia que han infectado este país en los últimos años. No me refiero a la insuficiencia de los organismos gubernamentales, a los que se han dado cientos de miles de millones de dólares, y que han usurpado los poderes del Estado-policial, para descubrir y prevenir los ataques violentos a los estadounidenses. Las llamadas agencias de “inteligencia” —al igual que los demás programas gubernamentales como escuelas, policía y salud— han demostrado una incapacidad sistemática para realizar su trabajo, por lo que sus peticiones de más dinero y más poder son atendidas por el fracaso público para aprender de la observación frecuentemente citada de Einstein: “locura es hacer la misma cosa una y otra vez y esperar resultados diferentes”. 

No, la deficiencia en inteligencia a la que me refiero es la que se encuentra en la mente de la mayoría de los estadounidenses que hace tiempo rechazaron la carga de vivir con la conciencia centrada no sólo en sí mismos, sino en percibir y entender el mundo en el que viven. Dejar que otros carguen con esta responsabilidad —particularmente aquellos que quieren extender su poder sobre el resto— refleja lo que Walter Kaufmann definió como “decidofobia”; el miedo de tomar decisiones por uno mismo. Es esta transferencia de energía existencial de los individuos a los que desean ejercer el poder sobre los demás lo que sustenta los sistemas políticos. He pensado durante mucho tiempo que el lema “En Dios confiamos” debería sustituirse en la moneda del gobierno por la frase más apta “La ignorancia es una bendición”.

Personas que, de no ser por esto, serían inteligentes —y mucho más capaces de tomar decisiones que mejoran la vida por sí mismos de lo que puede hacerlo un cuerpo de reyes filósofos bien intencionados, Phds, trabajadores sociales y think-tanks “expertos”—  entregan sus vidas a las autoridades institucionales y sus propagandistas mediáticos y académicos. Esas voces hacen más que responder a las preguntas que la gente tiene, ellas definen el rango de preguntas que se considera apropiado hacer. Este es el proceso que creó el pensamiento “políticamente correcto”.

En las últimas semanas hemos sido sometidos a un exceso de insinceridad que viene principalmente de los políticos. El asesinato de 20 niños en una escuela en Connecticut, seguido por el reciente atentado en el maratón de Boston, ha generado genuina tristeza entre millones de personas comunes y corrientes que simpatizan con aquellos que sufren por este tipo de comportamiento brutal. Estos sentimientos, por desgracia, no se traducen en sentimientos comparables en nombre de los 21 niños masacrados en Waco en 1993 por las fuerzas gubernamentales, o de las decenas de miles de víctimas que han dejado los bombardeos estadounidenses en el Medio Oriente, ni en gritos de indignación que pidan juzgar a los funcionarios gubernamentales responsables de estos crímenes atroces.

Los sentimientos maquiavélicos del ex jefe de gabinete del presidente Obama —y actual alcalde de Chicago, Rahm Emanuel— recuerdan a los miembros de la clase política que no deben “desperdiciar jamás una crisis sería”. Uno tras otro, los políticos cayeron sobre Boston en un frenesí oportunista diseñado para reforzar el modelo de estructura vertical en el que se basan los sistemas políticos; sistemas que han fracasado miserablemente para proporcionar la protección prometida.

El estado está compuesto por una red tan grande de mentiras y contradicciones, que es irracional esperar que los políticos y demás funcionarios públicos digan la verdad. De hecho, casi se podría tomar cualquier declaración pronunciada por esos canallas, invertir su sentido, y llegar a la verdad sobre las políticas que se están promoviendo. Me hace acordar de la frase, popular en Inglaterra, que dice que “uno no debe aceptar algo como cierto hasta que se haya negado oficialmente”.

Así fue con la ida del Presidente Obama a Boston para expresar su indignación moral por las muertes causadas por las bombas del maratón, mientras su administración continúa bombardeando a los hombres, mujeres y niños en Afganistán y en cualquier otro lugar donde sus apetitos de guerra lo lleven. Las miles de decenas de personas muertas o mutiladas por los ataques estadounidenses no parecen despertar algún interés perceptible en él ni en los otros que vinieron a hablar.

 Tal vez la cháchara más desenfocada vino del ex senador de Massachusetts, Scott Brown, que fielmente gorgoteó la línea del partido que dice que los terroristas quieren destruir nuestra forma de vida como pueblo libre. No hubo pausas en su cháchara sustentada en la contradicción absoluta entre sus palabras y la realidad que aquejaba a Boston. Él le aseguró a sus oyentes que los estadounidenses iban a seguir con su vida diaria normal, declaración que hizo mientras la ley marcial estaba impuesta en Boston, con empresas, escuelas e instalaciones de transporte cerradas y las personas acatando la orden de permanecer dentro de sus casas, con vehículos estilo tanque rondando los barrios residenciales y oficiales de policía acosando a los residentes, casa por casa. Tal vez este hombre pensaba que el estado policial bostoniano es ahora parte de la tradición americana a la que ¡todos hemos de responder con obediencia ciega!

Este Solón antiguo hizo una pausa para recordarnos a todos que en Boston nació la “libertad” en Estados Unidos, un pensamiento difícil de conciliar con la mentalidad de masas exhibida en televisión por muchos de sus residentes. Qué amante de la libertad individual no presta atención a los símiles de Sam Adams, John Hancock, Josiah Warren, Paul Revere y Lysander Spooner, voces ahogadas hace mucho tiempo por conservadores modernos como los Kennedy, George HW Bush, Mitt Romney, John Kerry, y, por supuesto, Scott Brown.

¿Quién planeó y llevó a cabo estos asesinatos atroces y mutilaciones en Boston? Esta es una pregunta que sin duda pasará a un segundo plano en la cháchara de los políticos y de los periodistas. Aquellos que todavía se aferran a estos “tecnicismos” anticuados como son el debido proceso de la ley, el juicio con jurado, y (¡oh!) la clara evidencia de conducta criminal, seguirán siendo frustrados por los profesionales modernos de la jurisprudencia de la Reina Roja, como el Secretario de Justicia Eric Holder, quien nos ha informado que “la Constitución garantiza el debido proceso, no el proceso judicial”. Basta con que alguien, en algún lugar, decida si hay culpabilidad o inocencia, y —como los detenidos en la prisión preventiva en Guantánamo han aprendido— que decida sin los molestos abogados, que insisten en tales sutilezas como el examen de las pruebas y los testigos.

Los estándares modernos del “debido proceso” están ahora en manos de Madame Defarge y del juez Roy Bean. Demasiados bostonianos han articulado la premisa de “sentencia primero, juicio después", uniéndose a los funcionarios del gobierno y a sus animadores mediáticos para declarar “culpables” a los dos hermanos acusados, sin la necesidad de acudir al sistema judicial formal. Estos jóvenes comenzaron como “sospechosos” y rápidamente pasaron a ser “criminales”, “cabrones”, y otros epítetos por el estilo.

Durante mucho tiempo se ha dicho que “la verdad es la primera víctima de la guerra”, una propuesta que ha hecho metástasis en todos los aspectos de la acción estatal. “La verdad” ahora es negociable, y una mentira sirve como un sustituto adecuado, siempre y cuando un número suficiente de personas crean en ella. Hechos que se interpongan en el camino de los fines perseguidos por el Estado deben ser reprimidos y empujados por el agujero de la memoria. Los que hacen preguntas que no encajan dentro del libreto oficial serán llamados “defensores de la conspiración paranoica”, facilitando que todos los “normales” encuentren consuelo en su ignorancia.

Ninguna persona decente puede defender estos actos asesinos ni las muertes ocasionadas por los bombardeos llevados a cabo por los Estados Unidos en lugares como Afganistán e Irak. Pero, aunque la culpa de la maldad de atentar contra inocentes víctimas en el Medio Oriente poco le importa a la mayoría de los estadounidenses, sería bueno si la culpabilidad de los acusados en Boston se puede establecer con mayor certeza que la proporcionada por los falsos pronunciamientos de los políticos y de los medios de comunicación de poca monta.

Para descubrir a los autores de estas atrocidades recientes, sería bueno comenzar por la pregunta que nos han transmitido los antiguos romanos, pero que se considera inapropiada por las mentes bien acondicionadas: cui bono (¿quiénes se beneficiaron?). El razonamiento sensato exige que se haga esa pregunta con el fin de llegar a los posibles motivos de los crímenes. Esto no quiere decir que los beneficiarios sean, de hecho, los malhechores; sólo que hacer esta pregunta permite que se cuestionen asuntos más pertinentes.

El gobierno federal, y en particular el FBI, ha estado involucrado en muchas operaciones “encubiertas” en las que sus agentes han puesto señuelos para incriminar víctimas desprevenidas en actos criminales —incluso “terroristas”— con el fin de arrestarlos. Es una variante de lo que desde hace rato se conoce como “provocamiento”; agentes del FBI han proporcionado falsas armas y explosivos y, en algunas ocasiones, han llevado a las víctimas embaucadas a la escena prevista para el crimen. En un artículo del New York Times del 2012, se informó que “de los 22 planes de ataques más atemorizantes desde el 9/11 en suelo americano, 14 se desarrollaron en operaciones encubiertas”.

 ¿Ayudó el FBI —o cualquier otra agencia del gobierno— a diseñar este ataque en Boston? Obviamente, yo no lo sé, pero sí sé cómo hacer preguntas pertinentes, y esta es una en la que las mentes inteligentes deben insistir. Uno de los maratonistas experimentados, Alastair Stevenson, informó que, en el inicio de esta maratón, “había gente en el techo mirando hacia abajo en el Village, en la salida de la carrera. Había perros con sus adiestradores husmeando en busca de explosivos, y anunciaron fuertemente que no debíamos preocuparnos y que se trataba de un simulacro”. Stevenson añadió que nunca había experimentado algo así en maratones previos en los que corrió.

 ¿Por qué se estaban llevando a cabo estos simulacros? y ¿por qué fallaron en prevenir el preciso daño que presuntamente estaban preparados para evitar? ¿Eran las bombas que explotaron parte del “simulacro”? ¿Eran las bombas parte de una operación encubierta que salió mal y accidentalmente explotó? O, ¿estaban los jóvenes acusados ​​actuando totalmente por su cuenta? Su madre ha declarado que su hijo mayor “estuvo controlado por el FBI, durante tres, cinco años .... Ellos estaban controlando cada paso que daba”.

Nuestra comprensión de la causa de estos terribles crímenes en Boston dependerá de la calidad —y del rango— de las preguntas que se lleven a la investigación. Sin duda otra “investigación” fachada se llevará a cabo por un comité de “cinta azul” elegido por el establecimiento político. Este comité, al igual que sus predecesores, harán su trabajo asignado de calmar a las masas, exhortando para que se extienda la autoridad del gobierno para vigilar a una población ya excesivamente vigilada. Pero los periodistas independientes, además de los hombres y mujeres que utilizan Internet y otras tecnologías para comunicar sus búsquedas de la verdad, pueden averiguar más de lo que hasta ahora hemos aprendido de los políticos charlatanes y los periodistas engatusadores.

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