Los presos de la insensatez

Hay inocentes muriendo tras las rejas, condenados
por crímenes sin víctima.

El hacinamiento en las cárceles de Colombia es doloroso.

Una condena implica la muerte en vida, más que el encierro. Sin agua ni movilidad, durmiendo sobre sus propias heces, enfermos y con olores nauseabundos pasan las horas los criminales de nuestro país. Muchos inocentes también.

Dentro de los inocentes están los condenados por delitos que no cometieron, los que están a la espera de un juicio y la mayor parte— los presos de la insensatez— son los condenados por crímenes sin víctima.

Lo que diferencia los crímenes sin víctima de crímenes como el homicidio, el robo o la tortura es que en los primeros víctima y victimario participan voluntariamente o son la misma persona.

La voluntad es lo que diferencia el homicidio del suicidio, el robo del regalo, la tortura del boxeo y la violación del sexo consentido.

Sin embargo, más de 20.000 personas están tras las rejas por delitos de drogas, el crimen sin víctima más cometido en la historia contemporánea.

Si alguien compra drogas con gusto a un otro que quiere venderlas, no es fácil encontrar el crimen —lo abominable— en la escena. Dos personas están haciendo una transacción voluntariamente porque valoran más lo que el otro tiene.

Tampoco es evidente la falta en que un adulto decida fumarse un porro, o hacerse una línea, o tomarse un café, o meditar, o hacer ayuno, o aprender técnicas de respiración. Todas son formas de alterar el sistema nervioso y los estados de conciencia, cierto, pero no es evidente por qué unas deben ser un crimen, así victimario y víctima sean una misma persona, otras decorosas decisiones, otras, parte de la dieta.

Y en el caso de los productores, el cáñamo, la coca y la adormidera son plantas que crecen silvestres por el campo.

¿Piensan criminalizar indefinidamente a Dios Padre Todopoderoso, creador del cielo y de la TIERRA?

Haremos espacio

Leyendo los artículos publicados por El Espectador sobre las cárceles no pude dejar de oír en mi cabeza las palabras pronunciadas por George Bush (padre) en 1989: “Consumir drogas ilegales va en contra de la ley. Al consumir drogas, lo arriesgas todo, incluso tu libertad. Si consumes drogas, te atraparán. Y cuando te atrapen, serás castigado. Algunos creen que no habrá espacio para ellos en la cárcel. Haremos espacio” [1].

En 1971, año en el Nixon le declaró la guerra a las drogas, había 330.000 presos en EEUU. Hoy hay más de 2.300.000.

Pese a que EEUU tiene menos del 5% de la población mundial cuenta con el 25% de la población carcelaria y tiene más presos que China, un país con mil millones adicionales de habitantes. En 2009 se arrestaron más de 1.300.000 personas por simple posesión de drogas; unas 800.000 por marihuana.

Como lo dijo Bush, consumir drogas ilegales va en contra de la ley.

Aclarando la redundancia, la carga negativa de las drogas está en la palabra ilegales, que significa que están prohibidas por la ley, la única característica que tienen en común.

Científicamente hablando no es posible meter en el mismo costal todas las sustancias que están prohibidas, las une exclusivamente la ilegalidad.

Aparte de amenazar y hostigar a los que osaran seguir pensando en usar drogas ilegales, Bush prometió que les harían espacio en las cárceles a los criminales de la droga. No lo han cumplido y los resultados claman por un cambio.

Presos de EE.UU.

La presión de EEUU ha logrado que las cárceles latinoamericanas se llenen, disparando los niveles de hacinamiento a un punto en el que es difícil decidir si hay mayor humanidad en el sistema carcelario colombiano o en los campos de concentración de la SS. 

Las duras penas que conllevan los delitos de drogas, mucho más severas que las impuestas para otros delitos [2] como el homicidio, pareciesen impulsar el tráfico de “estupefacientes”, y lo han convertido en la segunda o tercera causa de encarcelamiento en América Latina, después de los crímenes contra el patrimonio y las personas.

En la cárcel están aquellos que se reemplazan fácilmente en la cadena del tráfico. En Colombia sólo el 2% de las personas condenadas ocupan mandos medios y altos en la red del narcotráfico.

Además, aunque en Colombia el consumo no es un delito, en 2009 unas 21.000 personas estaban encerradas por drogas. Es increíble que 21.000 seres estén atrapados dónde ningún derecho humano tiene importancia [3] por haber cometido un crimen sin victima.

Los horrores en las cárceles bogotanas habla sobre el macabro destino al que están condenados los reclusos de La Modelo, La Picota y El Buen Pastor: Es un artículo que habla sobre la muerte de la dignidad humana.

En la Modelo están 7.096 reclusos aunque fue diseñada para 2.968; la capacidad de La Picota es para 4.973 personas, actualmente hay 8.066; el Buen Pastor es para 1.250 personas y hoy alberga 2.175 reclusas. 

El 24% de los prisioneros están por delitos de drogas, por nada más. No han robado, no han matado, no han dañado. Sin ellos se reduce la sobrepoblación carcelaria en más de un 80%.

En las prisiones hay personas durmiendo en el piso, en los baños y sobre sus propios desechos; no tienen acceso a servicios como el agua o la salud y los enfermos graves están peligrosamente desatendidos. La alimentación es inadecuada y las condiciones generales son miserables.

¿Este es el trato que se merecen todos los criminales?

¿Y los inocentes?

¿Así debemos someter a quienes condenamos como culpables?

¿Estamos seguros de que la pena es proporcional al delito?

¿A quiénes estamos condenando a estas condiciones?

Los partidarios de las políticas antidrogas ignoran el daño que castigar penalmente crímenes sin victima inflige sobre la sociedad civil. Son actos que desorientan e impiden que haya claridad sobre las razones que justifican un castigo.

Tampoco entienden que muchos, sin merecerlo, están siendo castigados porque así lo pide una ley sin fundamento en la justicia.

La guerra contra las drogas, al convertir en ilegales las sustancias psicoactivas y entregarle un mercado gigantesco a los criminales que ella misma creó, se convirtió en una guerra en contra de los derechos humanos. Constantemente la vida y la libertad de millones de personas están siendo violadas y poblaciones enteras son sometidas a tratos crueles e inhumanos a causa de la ilegalidad de las drogas.

El prohibicionismo latente hace un siglo, que fue copiado de las políticas internacionales sobre sustancias psicoactivas contradiciendo siglos de historia de gran parte de lo que somos, tiene un impacto profundamente desafortunado en nuestra sociedad.

Las fumigaciones de cultivos ilícitos destruyen el medio ambiente y lo contaminan, el narcotráfico financia grupos armados y la criminalización de los delitos de drogas dispara la población carcelaria mientras ensombrece las ideas de justicia, crimen y castigo.

Así la violación de derechos fundamentales aumenta constantemente.

Pidamos espacio

Debemos pensar por qué castigamos las conductas que nos parecen inapropiadas, inmorales e incluso pecaminosas.

Debemos entender por qué lo hacemos, discutir lo qué esperamos lograr a cambio y analizar si vamos por el camino correcto.

Pidamos espacio en la agenda pública para evaluar los resultados que países como Portugal y Australia han tenido al descriminalizar las drogas y para debatir nuestras políticas. Miremos que Washington y Colorado han legalizado completamente la marihuana, mostrando que la represión está lejos de ser la única alternativa.

En este momento el mundo clama por sensatez. No podemos darle la espalda. 


[1] “Using illegal drugs is against the law. And if you risk doing drugs you risk everything, even your freedom, if you do drugs you will be caught, and when you are caught you will be punished. Some think there won’t be room for them in jail. We´ll make room”.http://www.presidency.ucsb.edu/ws/index.php?pid=17509&st=students&st1

[2] Por lo menos en países como Colombia, Bolivia, Brasil, Ecuador, México y Perú.

[3] En Sistemas sobrecargados. Leyes de drogas y cárceles en América Latina, Rodrigo Uprimny y Diana Guzmán diagnosticaron que alrededor de 16.700 reclusos entre el 2007 y el 2009, de 21.746 que había por delitos de drogas y de 91.330 que había en total, estaban encarcelados simplemente por tráfico de drogas, no habían cometido ningún otro delito.

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